Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni le importa

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Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni le importa.

La felicidad es la ausencia del miedo, al igual que la belleza es la ausencia del dolor.

La felicidad está en la sala de espera de la felicidad y que no deberíamos, por tanto, menospreciar el bienestar escondido en los a menudo largos itinerarios que conducen a ella.

El cerebro, lejos de buscar la verdad, lo que quiere es sobrevivir; de ahí que cualquier disonancia con lo establecido genere su repulsa inicial. Enfrentado a una opinión distinta no sólo la repudia sino que se inhibe para ni siquiera considerarla. Lo contrario le obligaría a reconsiderar todo su planteamiento defensivo.

No es correcto intentar definir la inteligencia como se ha venido haciendo hasta ahora: los homínidos eran inteligentes y el resto de los animales no. Ahora resulta que pueden existir organismos inteligentes en el resto de los animales, y humanos que no lo son. Todo depende de si se dan en ellos, simultáneamente, tres condiciones: flexibilidad de criterio que les permita cambiar de opinión, capacidad para diseñar representaciones mentales que les permiten predecir lo que va a ocurrir, y, finalmente, si son o no innovadores.

Lo importante para innovar no es tanto la disponibilidad de recursos como el conocimiento necesario para progresar. Hemos estado acostumbrados en los años del milagro económico a que bastaba con aportar más recursos para superar dificultades, obviando que el futuro no dependerá tanto de la cantidad de recursos como de la tecnología y del conocimiento.

Ahora sabemos tras numerosas megaencuestas y experimentos científicos las dimensiones de la felicidad sin las cuales es muy difícil que, en promedio, se dé en los humanos: relaciones personales, control de la propia vida, saber sumergirse y disfrutar del flujo de la vida. Las otras dimensiones sólo muestran cierta correlación con la felicidad en determinadas condiciones, como los niveles de renta, la educación o la capacidad de resolver problemas.

Nadie puede pretender sustentar la armonía en la pareja, reformar el sistema educativo y gestionar el mundo de las empresas sin conciliar entretenimiento y conocimiento. Sin fusionar en el mundo moderno los dos conceptos tradicionalmente antagónicos no funcionará ni la pareja, ni la educación, ni la vida corporativa.

Las palabras no son, fundamentalmente, un canal para explicitar las convicciones personales propias, sino el conducto para poder intuir lo que está pensando el otro. Cuando esto se descubre, sólo entonces surge la oportunidad de ayudarlo o influirlo. La mayoría de la gente, por desgracia, dedica mucho más tiempo a explicar los que están pensando ellos, que a intuir lo que piensan los demás.

El mundo puede cambiar de nuevo para bien si todos los esfuerzos y el dinero que se dedican ahora a convencer a los demás de las ideas propias se utilizaran para descubrir cuáles son las de la gente, cómo funciona su mente, qué estarán pensando.

Punset, Eduardo. Excusas para no pensar: Cómo nos enfrentamos a las incertidumbres de nuestra vida. Madrid, Destino, 2011

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