1 2 3 (aprendiendo a contar)

1 2 3 (aprendiendo a contar)
1 2 3 (aprendiendo a vivir)

Hoy he terminado mi trabajo, mi ya antiguo trabajo. A final de la tarde he ido al hospital por si podían hacer un diagnóstico sobre las secuelas que viviré en adelante. Vete de aquí, chalado. Al coger el autobús de vuelta a casa he dado de frente con la mirada de una chica de unos 40; mi radar escruta-almas indicaba claramente que era una buena persona. Al otro lado del pasillo se sentaban su dos hijas, de unos 5 años, dos criaturas llenas de vida y gracia, sonrientes, juguetonas. Así que me he sentado delante de la chica por si se me pegaba algo. Y para completar la escena, delante de las niñas se sentaba un hombre de otros 40, con pinta de argentino. Una de ellas reía y le daba con el piececito. Él sonreía y les hacía caras. Me he sumergido en la situación y notaba una extraña alegría, una bocanada de paz interior, de energía. Me he contagiado de tanta bondad. El señor ha bajado en su parada mientras la madre y las niñas continuaban camino. Por la despedida he deducido que no se conocían. Una sonriente chica se ha sentado en el asiento desocupado por el argentino. Ha mirado a su alrededor y en un segundo ha captado la escena. Ha sonreído con más ganas, con más alegría. Seguía haciéndolo cuando nos ha señalado al señor que aprovechando un semáforo se ha pegado a la ventana para hacer carazas, para sacar la lengua. Lo hacía para las niñas pero se lo hemos agradecido todos. En lo que me quedaba de trayecto no podía dejar de volver la cabeza de cuando en cuando para recrearme en el momento, para convencerme de que no es tan difícil ser feliz. Y cuánto más lo pensaba más emocionado me sentía. Al bajar del bus he echado una última mirada, una señora se sentaba en el mismo asiento que yo ocupaba. No alcanzaba a distinguirlo pero juraría que sonreía. Como he hecho yo durante todo el camino a casa.

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Ésta es la entrada 123, ¿casualidad?